Anoche fui protagonista de un encuentro bastante furtivo...
No voy a entrar en detalles escabrosos (y sabrosos, para que rime el asunto) acerca de lo que aconteció en esos momentos, pero sí podría explayarme un poco en otras cosas y explicar el porqué de este posteo tan enigmático y con un inicio tan de novela erótica de kiosko.
Verán, lo de anoche fue uno de esos momentos que te sirven de ejemplo a la hora de ver qué no hacer con otra persona... nos vimos capturados en una seguidilla de momentos en los que no parece haber demasiada concordancia y cada una de las partes va a lo suyo, sin ser capaz de leer las necesidades y peticiones implícitas del otro y sin poder sacarle el mayor provecho al encuentro per se. Fue una cosa de ver a esta persona, mantenernos en lo más bien superficial o concreto y adiós, quedando él con mil palabras atoradas en la garganta y yo con mil cosas que podría haber dicho si él hubiese decidido sacar a la luz dichas palabras atoradas. Hubo mucho que la noche cubrió (literal y simbólicamente) y que no fuimos capaces de ver hasta que el sol de la mañana y unos cuantos mensajes en WhatsApp nos sacaron de nuestro ensimismamiento individual.
Fue una cosa de pésimas costumbres y de destiempo, hecho raro si consideramos que ambos tenemos una estrecha relación con la música y somos capaces de estornudar a 4/4. Él tenía mil cosas que decirme, pero no pudo; yo tenía mil cosas que responderle, pero no pude... todo terminó con un sabor de "podría haber sido" y, si bien nos volveremos a ver más pronto de lo que ambos seremos alguna vez capaces de predecir, tanto enredo comunicacional me dejó pensando en una y mil cosas que han sucedido tanto entre nosotros dos como alrededor de cada persona que conozco.
Se nos suele olvidar que las conversaciones y los encuentros son más que eventos destinados a satisfacer las agendas de cada persona, sino que son instancias en las que hay intercambios emocionales y momentos en los que los lazos se afiatan. Me pasó anoche, le pasó anoche y tuvo el mismo sabor que cuando te echas las uñas a la boca tras echarte el dichoso esmalte para que no te las muerdas: a diablos. Sí, te mordiste las uñas y el sonido es como un coro de ángeles con tendencias sadomasoquistas, mas luego te invade la amargura y maldices hasta en latín por tu maravillosa idea de someterte de modo voluntario a dicho tormento... todo para volver a hacer la misma cosa hasta que, o te quedas sin uñas y terminas echándole el esmalte al té porque le agarraste gustito al sabor, o decides que es mejor buscarte un mejor hobby.
Si saco todo esto del sinuoso camino de las metáforas, la cosa se reduce a una idea que parece obvia, pero no lo es tanto: hay que preguntar/escuchar primero y actuar conforme a lo escuchado. En mi caso, la instancia ideal quedó en el limbo porque actuamos en modo automático y creo que, tras esto, ambos aprendimos que podemos sacar más provecho de las veces en las que nos vemos a través de dejar de hacer siempre lo mismo y ponernos más receptivos mutuamente. Quién sabe si, dentro de nuestra extensa historia en común, ganemos más profundidad ante el otro y podamos hablar como ambos merecemos hacerlo, sin tanta charla inexistente.
Hasta que otra luna nos cubra 😄
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